Ante todo, una disculpa a los lectores aficionados a la historia, la Edad Media, la novela histórica o la literatura en general, pues éstos son habitualmente los temas centrales de mis entradas. Pero llevo un tiempo dedicándole, consciente de ello, más espacio a los aledaños de las letras (es decir, al modelo de negocio del libro) porque, ya que somos no sólo lectores y autores sino también consumidores, me parece válido hablar también de los vaivenes del sector. Igual que, llegado el momento, hablaré de una feria del libro, el proceso de selección de un título o la ardua tarea de encontrar al diseñador perfecto para una colección (y hago un inciso travieso: ¿para cuándo un Meetic de editores-diseñadores? Porque hallar el diseño ideal es como enamorarte: hay flechazos y relaciones cansinas, pequeñas mentiras y grandes ilusiones. En fin, otro día será).
Hoy, después de la tempestad iPad, viene la calma... o no. Jeff Bezos, el nombre que manda en Amazon, debe haber agotado este mes sus reservas de Tranquimazin, sabedor de que sus competidores en el arte del artilugio no eran Barnes&Noble ni Sony ni nadie con otro aparato parecido al suyo (
pun intended). No, el que le ha quitado el sueño antes y después de aparecer en sociedad es el iPad de Steve Jobs. Y efectivamente, movimientos violentos en las placas de magma de la jungla de Amazon se dejan ver con toda la arbitrariedad de las negociaciones en las que se juegan fortunas y tupés: cuando el presidente de MacMillan, grupo editorial de gran tamaño y mejor fondo, le sugirió a los chicos de Amazon que eso de poner el precio de sus títulos a $9,99 no le daba para que comiera ni el bedel de su sede en Wichita, la respuesta de la jungla vino tajante. Desde el sábado, y según
las noticias que llegan del país de la libre competencia, Amazon ya no vende los e-books de MacMillan. Pero también ha decidido que no vende sus títulos en papel. Vamos,
boycott puro y duro. Seguramente, a Jeff Bezos no le gustó ver que Apple había conseguido aliarse (únicamente para el mercado norteamericano, que ya sabe el departamento jurídico de Apple que Europa es otra cosa) con Penguin, HarperCollins, Simon&Schuster, Hachette y ¡oh, sorpresa! MacMillan, para ofrecer sus contenidos en el iPad. ¿Herramienta de negociación? ¿Vil chantaje? La ley de Amazon: la mera idea de perder un monopolio en el que habrán invertido gillones (a servidora se le ocurrió un día este maridaje de gigas,
giles y millones) hace sudar tinta china (que no electrónica).
Tan sencillo como eso, tan complicado como lograr que todos ganen un poco y nadie lo pierda todo: al surgir el primer competidor real al monopolio que Amazon estaba desarrollando en el libro electrónico, los editores han movido ficha, tratando de proteger su propia existencia (sustentada en base a los márgenes) y la de sus autores. En ese sentido, es honesta e ilustrativa la
carta de John Sargeant, el presidente de MacMillan, a sus colaboradores. Y lo primero que MacMillan y los demás editores han preguntado es: ¿a quién *** se le ocurrió rebajar el precio del e-book a la mitad de la edición en tapa dura? Amazon no responde: ataca, y esto no es el futuro del libro. Está privando a los lectores aquí y hoy de acceder a los libros de MacMillan, no importa en qué formato. Afortunadamente el dominio electrónico de Amazon se acaba, y ellos lo saben. Pero el miedo cría miseria, y Jeff Bezos hoy ejerce la miserable presión de su frágil poder. Mañana, veremos.
PS: El señor de la imagen es Adam Smith.