31.3.09

Interludio

No es día para textos largos. Hoy, poesía. Buscadla en Palabra sobre palabra, de Ángel González.

Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá:
"Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas."
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.



30.3.09

Ojos azules


Es saludable ver que la narrativa medieval ocupa espacios hasta ahora relativamente reservados a la literatura en general, como son los relatos. Pues un relato es lo que son las potentes sesenta y ocho páginas que componen Ojos azules, que como siempre en Arturo Pérez-Reverte, consigue transportar al lector al mundo y la época de su elección, en este caso el choque entre aztecas y conquistadores españoles, que tiñó de sangre el Nuevo Mundo. Es singular y original, y me pregunto si el autor imaginó la narración tal y como se ha publicado, o bien si constituía el germen de un proyecto más extenso. Bienvenido sea, en cualquier caso. Le tengo afecto a Pérez-Reverte, como a Matilde Asensi o los demás autores españoles que han logrado cruzar las fronteras de la traducción, pues abren un camino de normalización: el público castellano tiene derecho a poder elegir entre John Grisham o Carlos Ruiz Zafón, igual que puede escoger entre Miguel Delibes y Marguerite Duras. Quizá sea mi corazón fácil, pero me emociona ver la página web de Pérez-Reverte en inglés. Hace diez años, hubiera sido impensable.

También vale la pena señalar que se trata de una de las primeras incursiones de Arturo Pérez-Reverte fuera de su sello editorial de costumbre, Alfaguara, del Grupo PRISA, pues Ojos azules se ha publicado en Seix Barral, que pertenece al Grupo Planeta. Resulta entretenido seguir los vaivenes editoriales de los escritores: es como observar un baile que empieza en el siglo XIX, medidos los pasos y educadas las reverencias -estoy pensando en la escena de alguna adaptación fílmica reciente de Jane Austen- y termina en una suerte de rave pagana poblada de vampiros seductores (tan de moda ahora gracias al crepúsculo de Stephenie Meyer), hombres lobo, arpías con corazón de melocotón, hadas de lengua viperina y gigantes desganados, enanos ridículos y bufones callados, y algún que otro sapo con ínfulas de príncipe. La vida editorial desata mi sentido paródico, lo confieso, y amo este mundo deforme a mi pesar.

Pero volvamos al hilo inicial: los relatos son uno de los géneros más menospreciados de la literatura, y siempre me ha asombrado que haya quién aún sostenga que Chéjov, Borges o Dahl son autores menores. Desde el guiño del microrrelato a la Monterroso, hasta un "Hills like White Elephants", el cuento puede dejar un sabor en los labios tan agridulce y a la vez retorcido como veinticinco páginas de Proust. Sin embargo, creo que el mito del cuento (valga la redundancia) es esa manida frase que aduce lo siguiente: ante la falta de tiempo de la vida moderna, la lectura se hace píldora, y el relato le gana la mano a la novela-río. Pero sucede que las novelas más vendidas y, cabe creer, leídas de los últimos años desmienten tajantemente esa afirmación: La catedral del mar, La sombra del viento, Los hombres que no amaban a las mujeres, El fuego, y la propia saga Crepúsculo, son todos volúmenes que superan ampliamente las trescientas páginas. El lector moderno, quizá harto de tanta información segregada, cortada y digerida, necesita hundir las fauces en una construcción literaria que a su vez le devore, masticando su vida cotidiana y llevándole de la mano hacia un Paraíso sin horarios, informes, llamadas ni SMS. Para eso no hay nada mejor que las páginas prometedoras de un libro largo, largo como el día y la noche.

Creo que una buena explicación de esa paradoja es que el cuento quiere tiempo para saborear verdaderamente sus pocas y bien seleccionadas palabras: ¿o es que no son necesarios un par de días para dejar de sonreír al pensar en el archifamoso "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí" ?


29.3.09

Mujeres de agua


Cuando Jean Auguste Dominique Ingres pintó en 1814 este cuadro, titulado La Grande Odalisque, todo Paris se escandalizó y le llovieron los reproches de la Academia: las proporciones eran erróneas, aducían, y blandas las formas de la odalisca de harén que el pintor había retratado por encargo de la hermana de Napoleón, Carolina. Antoine Galland había publicado casi un siglo antes su traducción de Las mil y una noches, y Montesquieu no le había ido a la zaga con sus Cartas persas que narraban las aventuras de Usbek y la correspondencia que mantiene con sus cinco mujeres y sus concubinas. El propio Napoleón regresaba de una larga campaña en Egipto. En suma, Francia seguía la moda persa, la fiebre orientalizante todo lo teñía y las mujeres árabes eran vistas por ojos de pintores franceses como lánguidas flores de carne y terciopelo.

Y sin embargo, qué distinta la realidad que surge mientras me documento sobre el harén de los califas, los baños turcos y los hammam, dónde según la imaginación desatada de los caballeros del siglo XIX, pasan el día las desnudas Scherezade del siglo XII. La verdad era que los baños públicos, fuentes de higiene y de salud, abundaban en Córdoba (más de trescientos dicen las fuentes) con días alternados para hombres y mujeres; solían contar cinco salas, incluyendo un vestuario, la sala fría, la sala de baños tibios, el recinto de agua caliente, y otras dependencias para el funcionamiento del complejo. Las mujeres convergían en los receptáculos para el baño, unidas bajo un techo de lucernarias en forma de estrella, que preservaría la intimidad y convertiría el espacio de aguas en un entorno protegido y reconfortante, como si de un cálido abrazo se tratara. Allí jóvenes y mayores, vírgenes y matronas seguramente aprendían mutuamente de sus cuerpos respectivos: unas miraban el futuro de su piel en las carnes de las otras, y las mayores recordarían edades más lozanas e inocentes al observar a sus hijas y nietas gozando de los beneficios del agua y del vapor.

Leo sobre los hammam porque uno de los pasajes de la nueva novela que estoy escribiendo transcurre en uno, el baño califal situado dentro del Al-Qasr: allí, la protagonista Aalis de Sainte-Noire, cristiana y por ende ajena a una cultura dónde los cuerpos femeninos conviven sin falsos pudores, se ve confrontada a esa sensualidad independiente -que pudiera parecer paradójica en el mundo musulmán, pero que no lo es en absoluto- y aprende a ser un poco más libre. Ahora que llega esa esperada primavera, y después el verano, cuando dejaremos atrás los pesados abrigos y chaquetas del invierno, y las siluetas saldrán a la luz del sol, sería bueno recordar la estampa de un grupo de mujeres, de distintas vidas recorridas, compartiendo aire y agua sin preocuparse de la forma de sus cuerpos. ¿O es que la Gran Odalisca se avergüenza de mirar al observador, mientras le ofrece todas las imperfecciones de su gloriosa piel?

26.3.09

Hora bruja



Casi sin darnos cuenta el día ha jugado al escondite con nosotros. Ocho, diez, doce horas se han hecho arena. Pienso en eso al acordarme del golpe breve, insospechado que recibió Natasha Richardson mientras aprendía a esquiar, y que de un dolor de cabeza pasó a ser un trauma encefálico, un coma y finalmente la muerte. Deja un viudo, Liam Neeson, y dos hijos adolescentes. ¿Valen la pena los minutos agotados en actividades que no nos inyectan pura vida en las venas? Pienso en eso al leer que Vanessa Redgrave, madre de Natasha y también actriz, se unirá a las filas de la siguiente película de Ridley Scott, que se empieza a rodar en Londres este mes de marzo. ¿Será cierto? ¿Se puede pasar del duelo de una hija a la filmación de una fantasía medieval? Y termino pensando que quizá sí, que tal vez lo mejor para la que fue una dulce Ginebra de Camelot es perderse en los bosques de Sherwood, sumergirse en una ficción lo más alejada posible de la terrible realidad.

Y es que la acción de la película de Ridley Scott transcurre también en ese siglo XII del que hablaba ayer, aunque no es Córdoba ni Toledo el escenario de su trama, sino la relectura de la leyenda de Robin Hood, cuando en Inglaterra reinaba Juan sin Tierra y Ricardo Corazón de León era prisionero de Leopoldo de Austria. ¿Podrá el viejo zorro de Blade Runner, Los duelistas, Alien y Gladiator darle la vuelta de tuerca al mito?

¿Después de Errol Flynn, de Kevin Costner y del olvidado Patrick Bergin; de Claude Rains, Basil Rathbone y el inolvidable Alan Rickman, incluso con la tinta fresca de una adaptación televisiva de la BBC, se puede redescubrir a Robin de Locksley? Me da la sensación de que después de probar suerte con la reinvención del género medieval en El reino de los cielos, ambiciosa pero fallida en muchos aspectos, a Sir Ridley le toca sacarse la espinita y hacer suya de una vez por todas la Edad Media, como lo hizo con la Roma antigua o con el futuro lluvioso con androides que sueñan con ovejas eléctricas. Rutger Hauer jamás volvió a estremecernos tanto como cuando murmuró: "Es hora de morir". Pienso en los memento mori del Renacimiento. Pero, ¿es posible que necesitemos recordar que somos mortales?

25.3.09

Dieciséis pergaminos


Se publica hoy la noticia de que se han recuperado 16 pergaminos del siglo XI robados de los Archivos de Huesca, algunos incluso firmados por reyes. Se aprecia en la fotografía que acompaña al artículo la letra apretada y estrecha de la época, el aprovechamiento de la preciada superficie del papel amarillento y me emociono como esa arqueóloga que al acariciar los huesos de la hermana de Cleopatra, soñaba que las carnes que habían vestido ese esqueleto quizá hubieran rozado a Julio César o Marco Antonio. (Digresión fílmica habitual: qué gran César fue Rex Harrison, muchos años después de haber enamorado a la hermosa señora Muir).

El siglo XI es un momento privilegiado en la Península Ibérica: contamos con abundante documentación de Al-Andalus y los reinos califales, que como toda gran maquinaria estatal suelen dejar abundantes regueros de burocracia, el barro dónde los historiadores hunden sus manos par darle forma al pasado. El califato de Córdoba, antes de desintegrarse en los reinos de taifas, creó un imperio cultural del que da buena cuenta Titus Burckhardt en su libro "La civilización hispanoárabe" (Alianza). Podéis leer la introducción aquí.

El resultado fue Qurtuba, una impresionante combinación de saber, arquitectura y poder. En Medina Azahara, la ciudad real hoy destruida, se decía que las fuentes eran de oro puro y los mármoles cubrían suelos y techos de la riquísima residencia del califa. Hay diversas recreaciones en 3D en youtube que valen mucho la pena.

Por su parte, la Península Ibérica no se quedaba corta: en esa época empezó a circular por Castilla el "Cantar del Mio Cid". El obispo de Santiago de Compostela, Diego Gelmírez, empezó en 1075 la construcción de una catedral que haría empalidecer de envidia a las demás diócesis de España. En Cataluña la Vieja, el historiador Pierre Bonnassie ha documentado un florecimiento cultural parejo al renacimiento carolingio, como el scriptorium y la biblioteca del monasterio de Ripoll. Y recomiendo al lector aficionado a la buena "pequeña historia" el volumen de Claudio Sánchez-Albornoz sobre la ciudad de León hace mil años, editado por Rialp, dónde palpita la vida de los reyes y también la de los humildes.

Pero el siglo XI sólo fue una antesala, el caldo de cultivo de la explosión de saber, conquistas, luchas y conspiraciones que llegaría después. Cuando empecé a escribir "La dama y el león", situada en el siglo XII en el norte de Francia, me dejé enamorar por las delicadas letras del amor cortés y de los poetas de la corte de Champaña. En mi siguiente novela, he regresado a las tierras de España para aprehender e imaginarme un siglo XII que no tiene nada que envidiar al de nuestros vecinos europeos. Mañana, más.

¿Existe la suerte?


Es el título del nuevo libro de Nicholas Nassim Taleb, el brillante matemático que se adelantó a la llegada de la crisis con "El cisne negro". (No confundir con la magnífica película sobre un barco pirata cuyo capitán, Tyrone Power, se paseaba por el Caribe insolentemente acompañado de Maureen O'Hara y el genial secundario Thomas Mitchell). En el libro de Taleb, la expresión hace referencia a la nula probabilidad de que existieran cisnes negros, hasta que se descubrió uno en Australia. Taleb ya avisó de que venían tiempos de cisnes negros, negrísimos. Me parece una bella imagen poética para describir lo improbable de un momento económico que nos tiene en vilo, pero cada vez más empuja a la lectura como refugio. En "¿Existe la suerte?" (Paidós, 2009) Taleb vuelve a regalarnos perlas de sabiduría matemática mezcladas con ironía à la House. Después de recordarnos el pasaje de "La Odisea" dónde Ulises escapa de los cantos de sirenas atado al mástil, tras haber repartido tapones de cera entre sus marineros, Taleb dice:

"La primera lección que extraigo de esta historia es que no hay que intentar ser Ulises. Es un personaje mitológico, y yo no lo soy. Él se ata al mástil; yo apenas alcanzo al rango de marinero con cera en las orejas".

La tesis de Taleb es que caemos en las trampas del azar continuamente: tomamos decisiones basadas en datos aleatorios, sesgados y desvirtuados por lo que no es extraño que acabemos escarmentados. Sin embargo, a pesar de lo mucho que disfruto con su estilo acerado y mordaz, debo reconocerme de la vieja, viejísima escuela que convive cómodamente con las ráfagas de casualidad que azotan los acantilados de la vida. Yo no sé si hay que ser Ulises o aceptar la modesta condición de marinero de segunda, pero sí sé que hay demasiados Cíclopes sueltos. Entiendo, claro está, que haya quién tenga dificultades para asumir que cruzar la calle ya es todo un riesgo, y que quiera buscar siempre la protección y la seguridad de los pasos cebra. Pero al final, ni cebras ni cisnes negros nos van a salvar de los pasos del azar. Y yo aún diría más, como los Dupont: a veces, por suerte.

24.3.09

Vuelta a empezar

En abril de 2007 deseaba un feliz "ramblejar" a los visitantes de este blog, y me parece increíble encontrarme de nuevo a las puertas de un nuevo Sant Jordi, el de 2009. Las cosas han cambiado, hay personas que han llegado y otras que se han ido de nuestras vidas, pero este vaivén no ha sido para quedarnos igual, a la Lampedusa. La familiar compañía de la crisis que, siendo una palabra tan corta, se traduce en un largo desfile de cotidianos ahorros, es la gran diferencia entre la bonanza de hace dos años y la frugalidad de hoy.
Y sin embargo, qué alivio. Alivio es olvidarse de grandes y fastuosos regalos de aniversario, Navidad o festividades forzadas, y volver al detalle simple y cariñoso de acordarse del otro y de su día. Alivio es no tener que contestar interrogatorios si decidimos pasar las vacaciones en casa, ¿dónde mejor que en casa?, en lugar de arrastrarnos por paraísos prefabricados o vivir veranos de otras ciudades. Alivio es para mí vivir y trabajar entre libros, esa pseudo-mercancía que parece resistir los embates del mercado mejor que otras, y que por mucho que traicione a unos con otros, siempre me lo perdonan y devuelven infidelidades con abrazos.

Así que bienvenidos de nuevo a este espacio; ya lleguéis con ordenadores más económicos, ediciones de bolsillo y mesas de Ikea, o bien con Apple, libros de tapa dura y mobiliario de teca. La ventaja es que la lectura jamás hizo distingos entre ricos y pobres, porque las letras sí son socialistas de pro: se leen igual para todos.