31.1.10

La ley de la selva (amazónica)


Ante todo, una disculpa a los lectores aficionados a la historia, la Edad Media, la novela histórica o la literatura en general, pues éstos son habitualmente los temas centrales de mis entradas. Pero llevo un tiempo dedicándole, consciente de ello, más espacio a los aledaños de las letras (es decir, al modelo de negocio del libro) porque, ya que somos no sólo lectores y autores sino también consumidores, me parece válido hablar también de los vaivenes del sector. Igual que, llegado el momento, hablaré de una feria del libro, el proceso de selección de un título o la ardua tarea de encontrar al diseñador perfecto para una colección (y hago un inciso travieso: ¿para cuándo un Meetic de editores-diseñadores? Porque hallar el diseño ideal es como enamorarte: hay flechazos y relaciones cansinas, pequeñas mentiras y grandes ilusiones. En fin, otro día será).

Hoy, después de la tempestad iPad, viene la calma... o no. Jeff Bezos, el nombre que manda en Amazon, debe haber agotado este mes sus reservas de Tranquimazin, sabedor de que sus competidores en el arte del artilugio no eran Barnes&Noble ni Sony ni nadie con otro aparato parecido al suyo (pun intended). No, el que le ha quitado el sueño antes y después de aparecer en sociedad es el iPad de Steve Jobs. Y efectivamente, movimientos violentos en las placas de magma de la jungla de Amazon se dejan ver con toda la arbitrariedad de las negociaciones en las que se juegan fortunas y tupés: cuando el presidente de MacMillan, grupo editorial de gran tamaño y mejor fondo, le sugirió a los chicos de Amazon que eso de poner el precio de sus títulos a $9,99 no le daba para que comiera ni el bedel de su sede en Wichita, la respuesta de la jungla vino tajante. Desde el sábado, y según las noticias que llegan del país de la libre competencia, Amazon ya no vende los e-books de MacMillan. Pero también ha decidido que no vende sus títulos en papel. Vamos, boycott puro y duro. Seguramente, a Jeff Bezos no le gustó ver que Apple había conseguido aliarse (únicamente para el mercado norteamericano, que ya sabe el departamento jurídico de Apple que Europa es otra cosa) con Penguin, HarperCollins, Simon&Schuster, Hachette y ¡oh, sorpresa! MacMillan, para ofrecer sus contenidos en el iPad.  ¿Herramienta de negociación? ¿Vil chantaje? La ley de Amazon: la mera idea de perder un monopolio en el que habrán invertido gillones (a servidora se le ocurrió un día este maridaje de gigas, giles y millones) hace sudar tinta china (que no electrónica).

Tan sencillo como eso, tan complicado como lograr que todos ganen un poco y nadie lo pierda todo: al surgir el primer competidor real al monopolio que Amazon estaba desarrollando en el libro electrónico, los editores han movido ficha, tratando de proteger su propia existencia (sustentada en base a los márgenes) y la de sus autores. En ese sentido, es honesta e ilustrativa la carta de John Sargeant, el presidente de MacMillan, a sus colaboradores. Y lo primero que MacMillan y los demás editores han preguntado es: ¿a quién *** se le ocurrió rebajar el precio del e-book a la mitad de la edición en tapa dura? Amazon no responde: ataca, y esto no es el futuro del libro. Está privando a los lectores aquí y hoy de acceder a los libros de MacMillan, no importa en qué formato. Afortunadamente el dominio electrónico de Amazon se acaba, y ellos lo saben. Pero el miedo cría miseria, y Jeff Bezos hoy ejerce la miserable presión de su frágil poder. Mañana, veremos.

PS: El señor de la imagen es Adam Smith.

29.1.10

El hombre discreto



El mejor homenaje a J.D.Salinger (1919-2010) es leerle de nuevo:

"Among other things, you'll find that you're not the first person who was ever confused and frightened and even sickened by human behavior.  You're by no means alone on that score, you'll be excited and stimulated to know.  Many, many men have been just as troubled morally and spiritually as you are right now.  Happily, some of them kept records of their troubles.  You'll learn from them - if you want to.  Just as someday, if you have something to offer, someone will learn something from you.  It's a beautiful reciprocal arrangement.  And it isn't education.  It's history.  It's poetry."

27.1.10

Año cero

Para el sector editorial, hoy sólo existe un nombre: Steve Jobs.



PS: Una vez seguido por twitter el evento de Apple para la presentación del iPad, y vistos los comentarios de los consumidores, la conclusión es que Kindle ha perdido la partida (blanco y negro contra color, imbatible) pero los editores y los autores seguimos en pie :) Apple propone una biblioteca al estilo de iTunes llamada, oh sorpresa, iBookstore. El iPad más barato a $499 y el más caro puede ascender a más de $800, si le añadimos mejor navegabilidad y memoria. Overseas, a partir de junio. Veremos. Ah, y un toque de imprevista cotidianeidad: las sorprendentes connotaciones  de higiene femenina que despierta el dichoso nombrecito entre las huestes anglosajonas, y el consiguiente rechazo entre las féminas, que preguntan si el equipo de márqueting de Apple está enteramente compuesto por hombres desinformados. Mientras, los businessmen dudan de si un nombre afín al mundo de la celulosa merece un lugar en sus negros maletines de eficacia. Al final, afortunadamente, el nombre no hace al objeto. En fin, cosas veredes.

18.1.10

The Slush Pile




En inglés, slush significa nieve medio derretida, fangosa o más generalmente, montón informe. Con ese término tan poco halagüeño describen los editores la pila de manuscritos (the slush pile) que llegan a una editorial por la vía directa del envío de autor, sin intermediarios o agentes literarios que los hayan filtrado. En el mundo editorial anglosajón es una excepción que surja un texto que se estime merecedor de publicación de entre esa pila de manuscritos, como se explica en este interesante artículo del Wall Street Journal. (También aborda los delicados problemas de propiedad intelectual derivados de un envío indiscriminado, especialmente en el campo audiovisual).

Sin embargo, a mi juicio (y últimamente miro más con ojos de autor que de editor, qué duda cabe) hay que destacar un punto en concreto del reportaje, y no es lo difícil que resulta abrirse paso hasta la mesa, los ojos y la atención del editor, sino lo democrático de las posibilidades que se abren a un autor novel: al parecer HarperCollins abrió en 2008 una página web, www.authonomy.com, en dónde el aspirante a ser publicado por la casa madre cuelga su novela, y en función de los votos de los lectores se elabora un ránking, cuyos manuscritos serán leídos por los editores de HarperCollins. El artículo del WSJ informa que cuatro novelas se han publicado por este sistema. Recuerda entrañablemente a las primeras ediciones de OT, cuando (aún) se trataba de encontrar perlas entre largas filas de aspirantes.

Así pues, es admirable cómo en tiempos inciertos los editores que miran hacia el gran público siguen refinando sus formas de optar por la literatura de masas, en este caso, ¡magistralmente logrando que las propias masas seleccionen los libros antes de ponerse a la venta! Es el sueño dorado de un ejecutivo, y el germen de la edición wiki (por si acaso, reclamo el acuñamiento del palabro que hoy en día por menos de un creative commons se queda uno sin reconocimiento público). Lo más divertido del asunto es que en el proceso final, puesto que es tan fácil colgar un texto en la web, el premio es la publicación en papel del texto electrónico. Es decir, que lo deseable y deseado es lograr dejar atrás el hipertexto, mera herramienta de transición, y convertirlo en el ansiado fetiche, el objeto hermoso, el injustamente denostado libro. A mí, qué queréis, en pleno marasmo de burbujas digitales, me cuesta poco encontrar pequeñas alegrías (y grandes ironías). ¡Feliz semana!

16.1.10

Noche




Después de ver la mención de Manuel Rodríguez Rivero en el suplemento cultural Babelia al texto "Night" del historiador Tony Judt, y buscar y leer y estremecerme al leer las palabras del hombre que sólo puede yacer, aquí os dejo el link al artículo del NYT. Cortesía de EL PAÍS, la traducción al castellano aparece este domingo.  Las noches inmóviles de Judt son, a mi juicio, el lúcido contrapunto para este sábado de cielo azul en Barcelona.

14.1.10

Nostromo




Casi de puntillas escribo esta entrada, para que parezca que no estoy, porque la nieve en Madrid convertía la ciudad en otra, en la que cada esquina prometía un fiel Bezukhov, y ahora que tampoco estoy en Barcelona, me arrebujo al calor del hervidero de Costaguana mientras Sulaco nace con la plata de Gould y nuestro hombre, nostr'uomo, Fidanza, se ocupa de proteger el tesoro a costa de su alma. (Nostromo, que no sabe cuál será su vida futura con la teniente Ripley). Conrad contra viento, marea, lluvia y nieve: el viejo marinero, el artero ilusionista, el sabio narrador, el antídoto contra los temporales. Faltan cien mil gargantas, dicen, porque se las ha tragado la tierra, y decido no estar un rato más.

7.1.10

Lo que el tiempo se llevó




Me quedo helada al leer la noticia de que un editor cristiano sito en los Países Bajos ha modificado el título de la novela de Joseph Conrad "El negro del Narciso" porque estima que la palabra nigger (más frecuente en la época de Conrad que en nuestros tiempos hipercorrectos, aunque al espectador habitual de The Wire no se le mueva una ceja al oírla) le quita lectores, y lo ha renombrado en el inglés original como The N-word of the Narcissus. Afirma, siempre según el artículo (y después de la inteligente inocentada/fogonazo de Stonehenge voy con mucho cuidado y cito las fuentes porsiaca), que "el pasado debe ser traducido al presente".

Bueno. Como traductora, no puedo estar más de acuerdo. Incluso me río con las adaptaciones zombis de Jane Austen -y esperad a que lleguen las monstruosidades marinas de Sentido y sensibilidad- pero una cosa es traducir y otra es tergiversar. Ambas palabras empiezan con la letra t y ahí acaba su parecido. Aunque los editores, históricamente, se han caracterizado por un libérrimo uso de su poder de decisión, debería haber límites saludables, como los títulos ya acuñados por el paso del tiempo. O que baje Joseph Conrad y lo vea.

¿Existió El Dorado?




Me emociono, como siempre que se publican este tipo de noticias sobre paraísos enterrados, tesoros perdidos o Atlántidas reubicadas, que tantas películas y novelas han alimentado, -incluida la última entrega de Indiana Jones- cuando leo que algunas exploraciones en el Amazonas podrían sustentar la idea de una gran civilización perdida, con ciudades de "brillantes y blancos caminos" e incalculables conocimientos, los necesarios para erigir edificios comparables a las pirámides egipcias. Gracias a las imágenes por satélite, los científicos que estudian los restos arqueológicos afirman que la población que habitaba esos asentamientos podría ascender a más de sesenta mil personas. Siempre según esas investigaciones, la antigüedad de esa cultura pre-colombina monumental podría estar entre el 200 A.C. y el año 1283. Sea como fuere, son cifras poblacionales impresionantes, y no precisamente comparables si pensamos en una ciudad de tamaño medio en el Occidente medieval. El artículo completo (en inglés) puede descargarse aquí.

3.1.10

De la equidistancia como una de las bellas artes


Pienso en Thomas De Quincey, ese gran fumador de opio, y por eso parafraseo su otro título más conocido, cuando leo la pequeña gran tormenta que se ha levantado estos últimos días de 2009 y primeros del flamante año 2010 acerca del libro digital, a resultas de algunos reportajes en los medios y subsiguientes comentarios en la red. Digo pequeña gran tormenta porque, afrontémoslo con toda la humildad y el buen humor que nos den los Dioses (eso sí, los del remake de "Furia de titanes", porque aunque no salga Harry Hamlin, espero esta nueva versión con fruición, por el duelo entre Liam Neeson/Zeus y Ralph Fiennes/Hades), digo que afrontemos ya que la batalla final del libro digital se librará en Anglosajonia, y no en España. Pretender adelantarnos es no conocer la diferencia entre la CIA y la TIA: esto es, que allí no se andan con chiquitas y aquí todos juegan a canicas. Por eso Markus Dohle, el presidente (glups) de Random House USA se quedó tan ancho el pasado 11 de diciembre comunicándole por carta a los agentes literarios norteamericanos que se considera propietario de los derechos digitales del fondo editorial de los sellos de su grupo. Y por nuestros lares, bueno, pues hacemos lo que podemos, y esperamos (todos, los de aquí y los de allí) a la conferencia de Apple el 26 de enero, a ver si Steve Jobs lo revoluciona (y soluciona) todo ya de una vez.

Digo equidistancia, y por eso me sale tan larga esta entrada, porque vivo dos realidades: la del que sabe lo que cuesta editar un libro y pagar a todos los colaboradores que aportan valor, belleza y solidez al contenido que empieza en bruto y termina en libro, como impresores, traductores, correctores, diseñadores, maquetadores y demás "pequeños detalles" del engranaje editorial, que tan fácilmente se obvian cuando se habla de que "el conocimiento es libre", pero que también comen lentejas como todos. Es cierto que las editoriales no suelen (siempre con honrosas excepciones) pagar bien esas tareas. Pero menos da una piedra, y con la que está cayendo, que es lo más parecido a una lluvia de criptonita, no quiero ni pensar cómo terminarán editándose los libros que vayan "directo a digital". Quién sabe, igual creamos un género como esas entrañables películas de serie Z dónde podemos reencontrarnos con Bruce Campbell y agradecerle a Sam Raimi que nos lo descubriera.

Y luego está la otra cara de la moneda: no puedo negarlo, soy la autora de "La dama y el león" y "La tierra de Dios", y quiero llegar a tantos lectores como sea posible, pero ganándome la vida, lejana aspiración desde los tiempos de Shakespeare, Dickens, Balzac, Scott y cualquier plumilla a destajo habido y por haber. Hay una sencilla división del margen editorial que establece que del 100% del precio de venta al público de un libro, autor y editor sólo perciben un 10% cada uno, un par de puntos más a lo sumo, o entre el 15 y el 20% si las ventas lo permiten (hablamos en ese caso de cifras del infinito, y más allá). Tal y como se están desarrollando las estrategias de negocio de todos los agentes del mercado, es decir, como la impagable escena del camarote de los hermanos Marx, nadie sabe cómo quedará ese reparto de márgenes editoriales, del cual también viven distribuidores y libreros, a quienes muchos entierran prematura y en mi opinión erróneamente. Lo que se echa de ver es que con un precio de 5 EUR, ni autor ni editor tiene cómo ganarse (legítimamente) la vida. Y algo me dice que antes recibirán (metafóricamente) los autores que los demás, y no precisamente regalías.

Pero bueno, ante todo mucha calma, y que el 2010 nos encuentre sin perder la sonrisa, que para eso siempre hay voluntarios. Para lo otro, ahí va un impagable cameo de Clive Owen en la serie Extras.