13.6.10

Yo también creo en Billy Wilder



Ante la noticia de que hace ya cincuenta años del rodaje de la magnífica película El apartamento, me he dado un respiro en la escritura de la novela para revisar, casi sin respirar, la agridulce historia del pobre diablo Jack Lemmon y su damisela encarnada en una jovencísima Shirley McLaine. Fluyen las escenas con tan pasmosa facilidad que uno pensaría que lo fácil es rodar una obra maestra. Hace pocos días, vi Sin perdón, después de algunos años desde su estreno, y de nuevo volvió a desfilar ante mis ojos una historia sencilla y sincera, la del viejo asesino redimido que no perdona el maltrato atroz a una prostituta ni la muerte torturada de su compañero de trasiegos Morgan Freeman. Gran Torino es otro regalo del que fuera Harry el Sucio y que parece empeñado en demostrarle al tiempo lo equivocado que está creyendo que le tiene la partida ganada.

Enumero estas películas, como podría hablar de muchas otras, anteriores o posteriores, todas con características comunes: rodadas sin tremendos presupuestos, desprovistas de estrellas de a millón de dólares el kilo, y que funcionan aún hoy como un mecanismo de relojería. Así que, después de asistir, entre incrédula y desalentada, a varias películas con aspiraciones de romper la taquilla o dejarnos boquiabiertos: Avatar, Inglorious Basterds, o Robin Hood, y pensar, "Billy Wilder que estás en los cielos, asístelos porque no saben lo que hacen", me acomodé en el sofá para celebrar que Jack y Shirley llevan cincuenta años jugando a cartas.

2.6.10

Junio vándalo



Después de la entrega de otro artículo que tenía pendiente, en esta ocasión para la revista Historia y Vida, ando enfrascada en la lectura del volumen Épocas medievales de Eduardo Manzano de la serie Historia de España recientemente editada por Crítica. No es la primera vez que confieso mi debilidad por el estilo  y la destreza de dicho historiador, que consigue en una extensa obra de 880 páginas volver a contar la Edad Media en su más amplia cronología, armado de fluidez narrativa, concisión y un absoluto dominio del tema que le ocupa. Arranca la obra con un breve repaso a las oleadas bárbaras que asolaron el Imperio en sus últimos años.

Por eso pienso en el mes de junio de 455, y en la Roma calurosa en la que logró entrar Genserico después de que los propios gobernantes del Imperio le pusieran las cosas fáciles: Petronio Máximo, que debería ser conocido como El Breve pues fue emperador desde el 17 de marzo hasta el 31 de mayo, había usurpado el trono de Valentiniano III. Esto le dió a Genserico una excusa, si es que la necesitaba, para considerar que el tratado que había firmado con el desaparecido emperador era agua pasada. Llegó con facilidad a las puertas de Roma, y el cronista de la época, Próspero, relata que fueron las súplicas del papa León I las que impidieron una masacre. En lugar de segar vidas, las tropas de Genserico se limitaron a entrar en la ciudad, arramblando con oro, plata y objetos de valor durante casi quince días, que debieron ser largos días de junio para los habitantes de la ciudad de las siete colinas. En cuanto a Petronio Máximo, fue víctima de la multitud romana, enfurecida por la cobarde actuación del que debiera haberles defendido hasta la muerte: trató de huir como una rata, y como tal murió a manos del pueblo.

Ironía del destino que se repite como una lección antigua: Eudocia, nieta de Gala Placídia, terminó  como su abuela, secuestrada por los vándalos y casada con uno de ellos. De mujeres romanas y de sus destinos versa el texto de mi artículo. Avisaré de la fecha de publicación, y espero que lo disfrutéis tanto como yo lo he hecho escribiéndolo.