29.4.09

Diez novelas históricas para una isla desierta y cinco días de vacaciones (II)



El diablo carga las listas y las categorías: basta mencionar de corrido cuatro nombres y cinco elogios para que las dudas me corroan. ¿Cómo pude dejar para segundas partes a Adriano o ni siquiera mentar las gloriosas aventuras de Verne? Ya dije que en el desvarío está la alegría, o al menos así me consuelo. Para seguir con lo prometido, ahí van cinco estrellas más en mi constelación literario-histórica.

Los tres mosqueteros, Alejandro Dumas. O también El conde de Montecristo, El vizconde de Bragelonne, y Veinte años después. No importa porqué puerta se entra en el club Dumas que Arturo Pérez-Reverte noveló, el lector acabará encerrado y tirará la llave para quedarse en su universo de espadachines valientes, cardenales maquiavélicos y conspiraciones contra el honor de las reinas o traiciones amargas que siempre saben encontrar el equilibrio entre la venganza y la justicia. Una buena compañía para días de lluvia y dudas.

El puente de Alcántara, de Frank Baer. O de cómo los foráneos saben hacer virguerías de documentación que aún nos dejan boquiabiertos a los lugareños. La España del siglo XI despliega sus alas de barro y de sangre: la Reconquista, pedrusco a pedrusco, a pie de alquería, con sus mercenarios y sin banderas ni lealtades otras que oro y tierras. Un capitán y su escudero; un judío y un árabe son las tres vidas cruzadas que tejen el pasado de las tres culturas que Baer describe con minuciosidad pero sin perder el nervio narrativo. El listón está muy alto para las novelas sobre la España medieval.

El salón dorado, de José Luis Corral. De esta novela, situada en la misma época histórica que la anterior, me gustó el hecho de que el protagonista procediera del Este. Muchos eslavos fueron capturados y llevados a tierras lejanas dónde se convertían en mercancías y sirvientes de otros: la veracidad histórica se convierte en rasgo de originalidad de una narración que, por lo demás, viaja desde Kiev hasta Zaragoza pasando por Constantinopla con la esperada solvencia de un historiador.

Guerra y paz, de León Tolstoi (permitidme la grafía de cuando lo leí por primera vez). Lo sé, lo sé. Ni con la mejor voluntad encaja el barbudo ruso en este listado de aventuras, carreras a caballo, conjuras y espadas. Pero es que aparte de ser un fresco sobre el ser humano, un estudio de las pasiones y miserias de la nobleza rusa durante la guerra contra Napoleón, de ofrecer al lector un tratado de estrategia (o contra-estrategia) militar y retratar la grandeza de un país con inmensas posibilidades e ínfima suerte, Guerra y paz es una novela y es histórica. Y además, para los que habéis leído otras entradas, sabréis que basta una adaptación fílmica medianamente lograda para robarme el corazón. ¿Y hay alguien que se atreva a negarme que sólo hubo y habrá una Natasha, aunque en otras vidas se llamase Holly Golightly?

El pirata, de Walter Scott. Del abogado escocés no se podría (ni quiero) esperar menos que el ABC del género: mujeres apasionadamente enamoradas de piratas byronianos, combates en alta mar, personajes siniestros y una trama de secretos que hunde sus raíces en islas tenebrosas. Quizá es una pieza de museo, pero cuando deseo fundirme con una tempestad, desaparecer entre árboles de un bosque espectral o anegarme en nostalgia y honor, miro a la estantería dónde Sir Walter me saluda con una burlona reverencia de escritor desatado, jurándome lealtad eterna. ¿Qué queréis que haga? Alargo la mano y acepto su invitación.


2 comentarios:

Oscar González dijo...

La saga mosquetera de Dumas es irrepetible. Desde mi adolescencia y hasta no hace mucho, dedicaba el mes de julio de todos los años a releer la saga. Y me lo pasaba en grande. El pasado diciembre releí 'Veinte años después', y la disfruté como si fuera la... ¿décima vez que la leía? Una saga con un trasfondo histórico que Dumas (y sus plumillas) saben captar, con un ritmo y una agilidad que no decrecen.

Vamos, una pasada.

Tolstoi y 'Guerra y paz' ya son, tamién, palabras mayores...

Claudia dijo...

Ay, Dumas. No me importa reconocer que sigo volviendo a sus mosqueteros cuando desfallezco de la realidad, tan nórdica y dura estos días. Lo de su taller eran "negros" como Dios manda y no lo que corre hoy por esos lares (salvando honrosas excepciones, que en todas partes las hay).