10.4.09

Cinco películas históricas para no olvidar (II)


Después de la pausa del Jueves Santo, y de mucho reflexionar acerca de las siguientes cinco mejores películas históricas que complementan la lista anterior, he aquí el resultado: soy incapaz de escoger y por lo tanto haré un poco de trampa, como ya hice en la entrada de Gladiator y Espartaco; esto es, emparejar algunos títulos y encomendarme al santo patrón de los indecisos. Así que allá vamos.

El león en invierno y El nombre de la rosa. En la primera, un duelo cruel y tierno entre Leonor de Aquitania (Katherine Hepburn) y el rey Enrique II Plantagenet (Peter O'Toole) con sus hijos Ricardo Corazón de León, Geoffrey y Juan sin Tierra como testigos. La familia disfuncional moderna, en un siglo XII veraz y duro, bestial y cercano, con relaciones distorsionadas por la ambición, la mentira y el poder. Cuando la revisioné hace unos meses, la velocidad de sus diálogos y la crudeza de las situaciones retratadas me recordaron al acero del guionista Aaron Sorkin. Más que una película: puro viaje en el tiempo. En cuanto a la adaptación fílmica de la novela de Umberto Eco, ¿qué decir? Sean Connery en su papel de Guillermo de Baskerville fue el perfecto detective medieval, luchando por desentrañar la verdad de los asesinatos en una abadía, contra una red de intereses y manipulaciones que retrataba a la perfección el enfrentamiento entre la Iglesia y las órdenes mendicantes. La nieve y la sangre rezumaban verdad, y todos nos quedamos con ganas de leer el libro de la risa de Aristóteles.

Los Tudor y Elizabeth. A regañadientes, lo confieso, incluyo estos dos títulos. La serie de los Tudor aún va por su tercera temporada y retrata el largo proceso que llevó a Enrique VIII a abandonar la Iglesia católica para casarse con Ana Bolena. Parece un tema manido pero el enfoque es original y potente: Jonathan Rhys Meyers encarna a un monarca más cercano a una estrella de rock que a la figura regordeta que pintó Holbein. En cuanto a las películas sobre la reina Isabel I interpretadas por Cate Blanchett, ya os podéis imaginar el triste papel que le toca a España y su Armada Invencible. Pero es que ambas son obras de factura irreprochable, nuevas formas de abordar las grandes figuras de la historia inglesa, con intérpretes sólidos, y cuya producción derrocha el habitual cuidado británico: la madera cruje, la piedra es de la buena, el vestuario es impecable y lujoso, y no hay caballo que no piafe como debe. Mis reparos no son por el producto final, al contrario: es que me pregunto qué empujón le hace falta a nuestra industria televisiva para imitar el ejemplo. Porque la verdad, desde la fallida intentona de Alatriste, con Águila Roja no hay ni para empezar...

Master and Commander. Una adaptación libérrima de las novelas del maestro Patrick O'Brian, con las aventuras navales del HMS Surprise y de su capitán Jack Aubrey (Russell Crowe) y el médico Stephen Maturin (Paul Bettany), en este caso contra el Acheron, un barco francés casi fantasmal al que persiguen por todo el hemisferio sur (con escenas rodadas en las mismísimas Islas Galápagos). Peter Weir, el director, supo recrear con minuciosidad forense la vida de ciento y pico marineros encerrados en una cáscara de madera en medio del océano, y claro, el desfile temático era un festín para el espectador: amistad, lealtad, miedo, superstición, valor, cobardía, tormentas, orgullo y cañones por banda a toda vela. Vale la pena repasar las novelas antes de zambullirse en este visionado.

Band of Brothers.
Como atestigua esta página, soy más aficionada a la historia medieval que a la contemporánea; todo lo más, llego hasta el siglo corto de Eric Hobsbawm. Pero la adaptación en formato miniserie de un libro de no ficción del historiador Stephen Ambrose, que empecé a ver desganada, empujada por la insistencia de uno de mis prescriptores favoritos, terminó por engancharme (que suele entrañar hacerme reír y llorar) a las peripecias de la Easy Company de la 101st Airborne Division durante la Segunda Guerra Mundial. Como Salvar al soldado Ryan, pero con Tom Hanks de productor, en lugar de actuando. El personaje central alrededor del cual pivotan las historias de los soldados fue interpretado por Damian Lewis, pelirrojo de ojos azules que ahora está atareado vengándose en Life del misterioso enemigo que le metió en chirona, falsamente acusado.

El día más largo. Esta película es más bien simbólica del género bélico sobre la Segunda Guerra Mundial que Hollywood bordó con su maquinaria implacable. Podrían estar en su lugar Un puente muy lejano, Objetivo Birmania, El puente sobre el río Kwai, Tora, tora, tora o si sóis aficionados a los tesoros perdidos, el documental que filmó John Ford en la misma playa de Omaha durante el desembarco, siguiendo a los soldados. Pero es que en El día más largo están todos: John Wayne, Henry Fonda, Robert Mitchum, Sean Connery, Richard Burton, Rod Steiger, Peter Lawford y Gert Frobe, que siempre hacía de alemán o de malo, lo cual era muy apropiado dado que había pertenecido al partido Nazi. (Aunque más tarde algunas familias judías afirmaron que gracias a él habían podido escapar de Alemania). También al pobre Conrad Veidt le tocó encarnar el malvado mayor Strasser en Casablanca, él que sí había sido un ferviente anti-nazi y que se hizo ciudadano británico porque su esposa era judía. Pero enfin, me despisto: la cuestión es que esta película es una buena forma de recordar el desembarco de Normandía y una época en la que las naciones del mundo, contra viento, prejuicios y marea, se aliaron contra un enemigo común.

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