Con la vista puesta en la página 325 de mi manuscrito, le robo unos minutos a la corrección del texto para hablaros de las ferias editoriales. Desde que Cataluña fuera en 2007 la cultura invitada en Frankfurt, una gran parte del público lector está más informado acerca de lo que sucede durante una feria internacional del libro. De modo que disculpas anticipadas si esta entrada es ociosa, pero puesto que me dispongo a hacer las maletas y viajar a Londres para participar, en mi faceta de editora, en la LIBF (que son las siglas de London International Book Fair), y este blog también se propone hablar del mundo del libro, pues ahí va.
Una feria del libro es un mercado, dónde se compran y venden libros y autores (o dicho de otra forma, el derecho a publicarlos). Por eso cuando se oferta una cantidad de dinero por publicar un libro, se habla de la compra de los derechos de autor de ese título. Y como todas las plazas dónde hay compraventa, pues uno encuentra de todo: filete de primera, salchichas, albóndigas, carne para rebozar, bistec, lomo e incluso casquería. Y ahí están los editores, arrapiñados en mesitas redondas dónde apenas caben dos personas y a duras penas cuatro, escuchando al que vende mientras cuenta lo fantástico que es tal libro o cual autora. Tampoco es difícil vislumbrar a un editor, explicándole a un agente literario lo fantástico que es el catálogo de su editorial. Periodistas culturales, diseñadores, agentes, editores... Hay de todo en una feria, que es como una obra de Shakespeare: con sus idas y venidas, batallas dialécticas, combates soterrados, odio y pasión, amor y lealtad, mentiras y verdades.
Metidos en un frenético un speed-dating de libros, en apenas veinte minutos o media hora, todos luchan por comunicar un mensaje esencial: cómpramelo, véndemelo, créeme, enamórate de mí y de mis representados o de mí y de mi catálogo. De vez en cuando, los autores se atreven a poner un tierno pie en la rugosa moqueta de la feria y entonan el más inocente de los cantos: enamórate de mí. A secas, sin más. Las ferias no son un buen sitio para los autores, como el sol no es bueno para los vampiros: la luz y el brillo que rebota sobre las cubiertas de los libros de los otros les destroza tan certeramente como un amanecer desintegrador.
Pero no temáis por mi. En este mundo hay que disfrutar de las mil caras que todos tenemos: en mi caso, cuando piso una feria me olvido completamente de que escribo, y sólo pienso en coger número en las mejores carnicerías de la feria, como buena editora. Por eso aprovecho ahora que aún pienso en clave de autor, para mandaros un beso durante estos días de retiro profesional. A mi regreso os prometo contaros bondades y maldades de la feria, ¡y volver a ser autora!
Una feria del libro es un mercado, dónde se compran y venden libros y autores (o dicho de otra forma, el derecho a publicarlos). Por eso cuando se oferta una cantidad de dinero por publicar un libro, se habla de la compra de los derechos de autor de ese título. Y como todas las plazas dónde hay compraventa, pues uno encuentra de todo: filete de primera, salchichas, albóndigas, carne para rebozar, bistec, lomo e incluso casquería. Y ahí están los editores, arrapiñados en mesitas redondas dónde apenas caben dos personas y a duras penas cuatro, escuchando al que vende mientras cuenta lo fantástico que es tal libro o cual autora. Tampoco es difícil vislumbrar a un editor, explicándole a un agente literario lo fantástico que es el catálogo de su editorial. Periodistas culturales, diseñadores, agentes, editores... Hay de todo en una feria, que es como una obra de Shakespeare: con sus idas y venidas, batallas dialécticas, combates soterrados, odio y pasión, amor y lealtad, mentiras y verdades.
Metidos en un frenético un speed-dating de libros, en apenas veinte minutos o media hora, todos luchan por comunicar un mensaje esencial: cómpramelo, véndemelo, créeme, enamórate de mí y de mis representados o de mí y de mi catálogo. De vez en cuando, los autores se atreven a poner un tierno pie en la rugosa moqueta de la feria y entonan el más inocente de los cantos: enamórate de mí. A secas, sin más. Las ferias no son un buen sitio para los autores, como el sol no es bueno para los vampiros: la luz y el brillo que rebota sobre las cubiertas de los libros de los otros les destroza tan certeramente como un amanecer desintegrador.
Pero no temáis por mi. En este mundo hay que disfrutar de las mil caras que todos tenemos: en mi caso, cuando piso una feria me olvido completamente de que escribo, y sólo pienso en coger número en las mejores carnicerías de la feria, como buena editora. Por eso aprovecho ahora que aún pienso en clave de autor, para mandaros un beso durante estos días de retiro profesional. A mi regreso os prometo contaros bondades y maldades de la feria, ¡y volver a ser autora!
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