Puesto que cruzado el meridiano de los cuarenta la vida nos exige un catálogo completo de manías, rarezas y adulteces, en tanto que alumna aventajada que soy, tengo ya una costumbre negociada conmigo misma y las letras -y por lo demás nada original- que consiste en alternar la lectura de una novela con la de un ensayo. Y para aderezar el Quijote y su bálsamo de Fierabrás, he optado por Historia de las historias, de John Burrow, profesor en la Universidad de Sussex y en Oxford, fallecido el pasado 3 de noviembre.
Si en los maestros franceses de la Escuela de los Anales y en la historia de las mentalidades propugnada por Georges Duby y Jacques Le Goff una puede estar segura de transitar como una amante por sus páginas, siempre deslumbrada por el estallido de pasión verbal e historiográfica propia y esperable de la gala nación, en las filas de los historiadores anglosajones a los que perteneció John Burrow se respira la sólida protección y garantía de excelencia de los intelectuales del imperio, y es la mejor compañía para estos extraños inviernos.
Exentas de todo paternalismo, rebosantes de la erudición acumulada tras generaciones de colleges y dons, aunque sin un ápice de academicismo (Burrow apenas escribió para revistas profesionales), las páginas de Historia de las historias -su obra más divulgativa en el mejor sentido de la palabra- transmiten sabiduría y amor por la historia, y cobran vida nombres como Tucídides, Tivo Livio, Plutarco, Froissart o Villehardouin, Maquiavelo, Hume, Adams... No hay mejor preámbulo a la lectura de los clásicos que un sabio -llámese John Burrow, Italo Calvino o Giorgio Colli- se ofrezca a acompañarnos gentilmente durante un trecho del camino.
Si en los maestros franceses de la Escuela de los Anales y en la historia de las mentalidades propugnada por Georges Duby y Jacques Le Goff una puede estar segura de transitar como una amante por sus páginas, siempre deslumbrada por el estallido de pasión verbal e historiográfica propia y esperable de la gala nación, en las filas de los historiadores anglosajones a los que perteneció John Burrow se respira la sólida protección y garantía de excelencia de los intelectuales del imperio, y es la mejor compañía para estos extraños inviernos.
Exentas de todo paternalismo, rebosantes de la erudición acumulada tras generaciones de colleges y dons, aunque sin un ápice de academicismo (Burrow apenas escribió para revistas profesionales), las páginas de Historia de las historias -su obra más divulgativa en el mejor sentido de la palabra- transmiten sabiduría y amor por la historia, y cobran vida nombres como Tucídides, Tivo Livio, Plutarco, Froissart o Villehardouin, Maquiavelo, Hume, Adams... No hay mejor preámbulo a la lectura de los clásicos que un sabio -llámese John Burrow, Italo Calvino o Giorgio Colli- se ofrezca a acompañarnos gentilmente durante un trecho del camino.
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