De vez en cuando la Edad Media salta a las noticias, bien porque algún director de cine se ha propuesto resucitar el género que tan fijado en nuestra memoria quedó con títulos kitsch (que a veces es una palabra muy moderna para decir entrañable) como Robin Hood o Las aventuras de Quentin Durward, bien porque se ha producido un nuevo descubrimiento arqueológico: manuscritos, huesos, fragmentos de cerámica, restos de una muralla... Todo contribuye a aumentar nuestro conocimiento del pasado. Pero, ¡ah! cuando el hallazgo es un tesoro, como el de Staffordshire. Entonces brillan los ojos de los arqueólogos y de los estudiosos con más fuerza, como sucedete mientras muestran las piezas de oro del siglo VII que Terry Herbert encontró el pasado mes de julio mientras buscaba restos arqueológicos con un detector de metales. Y desde el otro lado, nosotros nos permitimos soñar un poco más. Mil quinientas piezas y fragmentos de oro y otros metales conforman el botín que alguna vez un soldado celta dejó enterrado, quizá confiando en volver a por él en poco tiempo. No fue así, y el siglo XXI, nuestra era de fibra óptica y de comunicaciones instantáneas que ese guerrero anónimo jamás pudo imaginar, se queda boquiabierto ante el desfile de objetos preciosos.
(El tesoro pasará a ser propiedad de la Reina de Inglaterra para garantizar que las piezas no abandonen el Reino Unido. Pingüe negocio, el de la Corona, hoy y siempre).
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