Vuelven las rosas a la ciudad, invaden de nuevo las aceras los libros.
Es Sant Jordi, esta vez del 2007. Hace un año, recuerdo que pasé uno de los días más felices de mi vida, rodeada de amigos y de lectores, firmando ejemplares de mi novela recién publicada, La dama y el león, y disfrutando de la fiesta sin más preocupaciones que llegar a tiempo a la siguiente librería. En la víspera de este 23 de abril, sigo atareada pero esta vez en mi siguiente obra. No es tiempo de firmas, sino de redacción y escritura, de reescritura y revisión. Más arduo, más desagradecido, aunque creo que no cambiaría casi nada de lo sucedido entre el pasado dia de Sant Jordi y el que se avecina.
Es increíble que en un año se acumulen tantísimas caras y caracteres nuevos y viejos, charlas insospechadas y conversaciones inauditas, momentos tensos e instantes de alegría infinitas, llanto de novela rusa y risas ligeras. Recordaré 2006 como un año increíble, pero confieso que el presente no se queda corto. Espero estar compartiendo pronto el fruto de todo este año de trabajo. De momento, me parece un pequeño gran tesoro, una de esas victorias cotidianas, el haber vuelto a este redil público y a la vez, tan secreto. Como dice un personaje al que le tengo afecto, es hermoso.
Mientras tanto, os deseo un feliz día de Sant Jordi, un agradable y soleado paseo por las calles enlibradas de nuestra ciudad, y envidio la suerte del volumen que escogeréis para llevaros a casa.
Mi recomendación de este 23 de abril: La biblioteca de los libros perdidos, de Stuart Kelly. Para los aficionados a la historia de los no-libros, los seguidores de Vila-Matas y los adictos a los deliciosos compendios de anécdotas y literatura que hilvana Alberto Manguel.
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