Me rindo. Esta entrada - curiosa forma de llamar a la exposición pública de unas letras, que salen y flotan y vete a saber dónde terminan - es una derrota, pero qué le vamos a hacer. Grandes hazañas empezaron muy mal, o si no preguntádselo a Enrique V (el de Kenneth Branagh, si no os importa) y otras que a priori nacen apadrinadas no tienen buen final. Como decía, qué le voy a hacer si para garantizarme mi espacio de escritura tengo que hacerlo público, y pactar ese par de horas diarias no sólo conmigo y mi ordenador, sino también con un navegante anónimo que dé en parar por aquí, y con el que fingiré que tengo una cita, no sé si diaria o semanal o qué. Tampoco hagamos leña del árbol caído. A ver si por comprometerme a escribir en este cuaderno de bitácora, como me dicen los puristas (siempre tan serviciales) que se tiene que llamar esto, vamos a fijarnos horas y mirar relojes con cara agria. Navegar nunca ha sido una actividad de gente apresurada.
Como buena principiante, ignoro si hay extensiones adecuadas para un primer tiento, pero supongo que sí habrá tiempo para los nombres y los porqués. Los afortunados que no los necesiten, nos veremos en algún otro renglón. Para los demás: me llamo Claudia Casanova, y las letras han sido siempre mi debilidad, en cualquiera de sus formas. He hecho varias cosas a lo largo de mi vida, que cuenta con 32 años bastante bien empleados, pero ni la mitad de lo que soñé hacer alguna vez: descender por el río Orinoco, encontrar las minas del Rey Salomón o subirme al cohete de los Méliès y terminar estampada en el ojo de la Luna. En fin, que soy un poco miedosa en lo que se refiere al riesgo físico, por lo que siempre agradecí mucho a los escritores que me dieran la oportunidad de experimentar las emociones de la aventura, el desgarro de la tragedia y los azares de la peripecia sin necesidad de hacerme un rasguño.
De modo que de mayor quise hacer lo mismo, y hace unos meses publiqué La Dama y el León, mi primera novela, en la editorial Planeta. Es un relato de aventuras, protagonizado por una mujer, Aalis, que escapa de la vida que los suyos quieren imponerle, en el siglo XII, en el norte de Francia. No os digo más, excepto lo evidente: que fue una gran alegría ver el manuscrito publicado y que estoy muy orgullosa. Pero en la sangre de los que tenemos la tremenda desvergüenza de sentarnos a escribir no corre precisamente la satisfacción, sino una permanente consciencia de no haber logrado llegar a plasmar perfectamente todo aquello que bullía en nuestra cabeza, y eso nos impulsa a seguir escribiendo (para desespero de los detractores y gozo de los lectores fieles). Así que después de un rodeo, vuelvo a deciros que estas palabras están aquí, colgadas (literal y figuradamente) porque tengo que seguir tecleando y ejercitando mis manos y mi mente. No estoy satisfecha, y no creo que nunca llegue a estarlo. Pero si por el camino me divierto intentándolo, y alguno de vosotros también, no habremos perdido demasiado.
Recomendaciones: tomad un buen bistec de carne roja un par de veces al mes. De lo demás, hablaremos otro día.
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